Angelo, el titiritero del Cerro de los Locos y su Quijote justiciero

Entrevistamos al conocido vecino de la Dehesa de la Villa por su 81 cumpleaños


‘Acróbata, titiritero y habitante del Cerro’ fue el título de la exposición de fotografías históricas que Ángel Vázquez Sarti, conocido en el barrio como ‘Angelo’, expuso en el Centro de Educación Ambiental de la Dehesa de la Villa durante los meses de verano de 2023. Aprovechando la ocasión, nos habló de su vida y nos relató la estrecha relación que ha mantenido con este gran bosque urbano, y más concretamente con el Cerro de los Locos, lugar que sigue frecuentando a diario.

¿Cuándo empezaste a ir a la Dehesa de la Villa?

Nací en Madrid en 1942 y siempre he vivido cerca: hasta los 14 años en la calle del Barón del Castillo, y después nos trasladamos a Valdezarza, pues mi padre trabajaba en el Metro y nos dieron allí una vivienda de protección oficial en la colonia. En aquellos años, en Madrid no había casi gimnasios, por eso nos reuníamos la pandilla en la Dehesa para hacer deporte. Allí nos juntábamos acróbatas, pelotaris, gente del circo, de la escuela de boxeo…, algo similar a lo que pasaba en la Casa de Campo, donde se reunían artistas del teatro y toreros.

¿A qué te dedicabas entonces?

Estudié y con 14 años me puse a trabajar en una tienda de electricidad en Tetuán. A las ocho, en cuanto acababa la jornada, y en mis ratos libres, me escapaba a la Dehesa de la Villa. Me gustaba practicar equilibrios, pensaba que algún día podría montar un número artístico, pues desde niño me enamoré del circo, tenía un tío que trabajaba de músico en el Price.

¿Cuándo comienza tu vida en el mundo del espectáculo?

Cuando volví de la mili. Debuté con 20 años en el Circo Moderno, de los Eduardini, una familia de artistas de la calle de Castilla. Después montamos un número artístico, ‘El Trío Hércules’, y debutamos en la Sala Carolinas de Bravo Murillo. Éramos tres, dos chicos y una chica, y hacíamos un número de equilibrios, pero mi compañero se marchó, pues le contrataron para actuar en los descansos de los Globetrotters. Me quedé solo con la chica, pero en esos años no era sencillo hacer un dúo de equilibrios con una chica y que no fuera tu pareja, siempre había alguien queriendo meter la pata en el número. Hablamos de la década de los años 60.

¿Y después que hiciste?

Actué en solitario. Hacía charlotadas, espectáculos cómicos taurinos en el circo. Monté varios números de equilibrios; en esa época conocí a los hermanos Platas, malabaristas olímpicos de gran prestigio. Era la época dorada en el mundo del circo, había una gran competencia. En un pueblo podías encontrar hasta tres circos diferentes. Finalmente lo tuve que dejar, ya rondaba los 37 años, y este tipo de números son muy cortos, duran apenas 10 minutos, y se necesita muy buena preparación física.

¿Cuándo llegaste al mundo del teatro?

Con la idea de montar un número que durara más tiempo, compré a un amigo un teatrillo pequeño de segunda mano y empecé a hacer títeres para niños. Mis primeras actuaciones fueron con las marionetas del indio y el cocodrilo, después vinieron muchas más: caperucita, la abuela y el lobo, el cuervo Perejil, la rana saltarina, el león, el barco pirata, que me costó un dineral, recuerdo. Las historias, en su gran mayoría, eran invenciones mías y, aunque eran historias para niños, llevaban siempre un discreto componente sobre las injusticias sociales.

¿Cuándo apareció el Molino de don Quijote?

Con cerca de 50 años y mucho esfuerzo, pues no tenía conocimientos para ello, construí el Molino, una gran estructura circular de aluminio de más de cinco metros de altura, cinco de embocadura y tres de fondo. Era el teatro de guiñol portátil más grande de Europa. Me especialicé en las historias de Don Quijote y Sancho Panza, pero éstos no luchaban contra molinos de viento, sino contra las injusticias sociales, países que invaden, contra las guerras y el hambre en el mundo, siempre teniendo en cuenta al público infantil, por supuesto.

Recorriste media España con el Molino a cuestas…

Debuté en Torrelavega (Cantabria), donde había mucha tradición de títeres, y estuve haciendo funciones con el Molino durante más de 20 años por gran parte de España, especialmente por el norte. Me contrataban los ayuntamientos para las fiestas patronales, también hacía funciones para los colegios. Era un espectáculo muy vistoso y tenía mucho éxito, los niños lo pasaban bomba, y cuando acababa la función les regalaba un cuento de ‘El Quijote’. En 2005, en La Coruña, en el IV centenario de la primera edición de ‘El Quijote’, regalé más de 3.000 cuentos a los pequeños que iban a ver la función.

Después dejaron de contratarme, entonces dejé de viajar y las funciones del Molino en estos últimos años las realicé para los niños y los colegios de la Dehesa de la Villa y Tetuán, con la colaboración de la Asociación de Vecinos San Nicolás. He actuado para muchos colegios del barrio, pero ya con un Molino más pequeño, pues el grande lo guardaba en la furgoneta y cuando me deshice de ella también me tuve que deshacer del Molino. La última función la realicé justo antes de la pandemia.

¿Qué significa El Cerro de los Locos para ti?

Es como mi segunda casa, voy prácticamente todas las mañanas, allí me reúno con los vecinos de la zona, jugamos a pelota mano en las paredes del antiguo transformador, que en su día suministró la electricidad, y después alojó en el tejado antenas de telefonía móvil, que quitaron no hace mucho. Es como nuestro cuartel general; allí organizamos convocatorias vecinales, exposiciones al aire libre, cuidamos y limpiamos el lugar, hacemos plantaciones...

El pasado 26 de diciembre, Angelo cumplió 81 años y desde ‘Tetuán 30 días’ le felicitamos también por la bonita aventura de su vida.


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